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Un viaje a Ciudad Perdida en el Corazón del Mundo

La Ciudad Perdida ubicada en el Corazón del Mundo como llaman los indígenas a la Sierra Nevada de Santa Marta siempre había estado en mis sueños, ir allí a apreciar esos caminos empedrados, esas escaleras y muros que se intercomunican por una serie de terrazas y plataformas no dejaba descansar mi imaginación, hasta que por fin una mañana de enero junto con otros once acompañantes iniciamos el recorrido.

Descubierta en 1976 por un equipo de arqueólogos del Instituto Colombiano de Antropología, aunque los guías me aseguraron que fueron los guaqueros quienes en su afán por buscar el oro de los antiguos tayronas dieron con la ciudad. Fue fundada alrededor del 660 D.C. y abandonada entre los años 1550 y 1600 D.C.

A las 8:30 de la mañana de un lunes pasaron por nosotros, una Toyota de buenas llantas fue la encargada de recogernos, el chofer y un guía nos ayudaron a meter todo en el carro, el miedo y la expectativa rondaban en el ambiente de los que íbamos a vivir esta experiencia.

Salimos de la ciudad y tomamos un camino destapado que sube poco a poco penetrando en la Sierra hasta que llegamos a un pueblito llamado “El Mamey” pero que los lugareños llaman “Machete Pelao”, este trayecto nos demoró dos horas y media aproximadamente.

Aquí nos detuvimos y el guía un hombre amable pero no muy comunicativo nos dijo que íbamos a almorzar y una hora después comenzaríamos nuestra caminata. Reposamos un tiempo prudencial en el que aprovechamos para realizar los preparativos finales antes de la caminata y siendo la 1:30 de la tarde iniciamos nuestra travesía, el sol era implacable parecía querernos fundir, gracias al potente almuerzo las energías estaban recargadas, prontamente el pavimento fue desapareciendo y comenzamos a estar rodeados de naturaleza, árboles inmensos, canto de aves, olor a tierra. ¡Era lo que esperaba!

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Luego de una larga caminata llegamos a un mirador donde nos detuvimos a descansar, allí nos dieron una refrescante porción de patilla. La vista era esplendida, contemplábamos montañas color verde profundo con el contraste de fondo de las cumbres cubiertas de nubes grises.

Retomamos el camino y después de varias horas de caminata extenuante subiendo y bajando, comenzó un descenso leve que nos llevó al primer campamento. El guía nos condujo a una pequeña cascada que caía en una piscina natural. Cuando volvimos al campamento estaba lista la cena, dormimos temprano y profundamente.

La jornada del segundo día comenzó al amanecer, a las 5.00 am, dispusimos de media hora para asearnos y organizar nuevamente la mochila. A las 5.30 estábamos desayunando y a las seis iniciamos la caminata. A medida que subía contemplaba como los primeros rayos del sol iluminaban el valle. Luego de una hora alcanzamos el punto donde recibimos fruta y nos rehidratamos antes de continuar la marcha. Siendo casi las 10 de la mañana nos adentramos en territorio de las comunidades indígenas kogui y wiwa, entramos a un pequeño pueblo y muchos niños nos siguieron un rato durante el trayecto.

Una hora después, llegamos al segundo campamento conocido como “Mumake”, en el cual haríamos nuestra parada para almorzar. Está situado a la orilla del rio Buritaca, al que fuimos a refrescarnos después de la ardua caminata matinal. El agua era bastante clara, fría y deliciosamente agradable.

Luego de haber almorzado nos aprestamos a continuar la jornada. Salimos con dirección a Paraíso que es el último campamento en la ruta. Tras cruzar un puente colgante sobre el rio Buritaca, inicia una cuesta empinada que toma en promedio una hora para llegar al plano. Nos alejábamos cada vez más de la “civilización” y penetramos en la naturaleza exuberante y los sonidos de la sierra.

Bien entrada la tarde y después de haber hecho la parada de rehidratación, tomamos el sendero que nos lleva a Paraíso. Justo antes de llegar al campamento volvimos a cruzarnos con el rio Buritaca, que en esta ocasión atravesamos a pie, el agua nos daba por las rodillas.

Luego de unos 20 minutos de haber cruzado el rio llegamos al campamento paraíso, estábamos a tan pocas horas de ciudad perdida!!!. Como ya eran casi las 5 de la tarde y pronto oscurecería, pasamos nuestra segunda noche allí a 800 metros sobre el nivel del mar. La atmosfera a esta altura de la travesía era de camaradería, todos se reunieron a jugar carta a la luz de las velas, pues allí no hay energía eléctrica. A medida que avanzaba la noche bajaba la temperatura, esa noche lluviosa alcanzamos a experimentar los 17ºC, la ropa que había colgado para que se secara amaneció más empapada por el rocío de la madrugada.

La salida muy temprano como el día anterior, nos encaminamos a recorrer la última etapa. Cruzamos el rio Buritaca una vez más, en la otra orilla entre la jungla emergían imponentes 1.200 escalones que parecen ascender al cielo, hechos en piedra de forma admirable por mantenerse firmes. Cuando la escalera parecía no tener fin apareció una terraza a la vuelta de una curva, “es del estilo de las que se ven en las fotos publicitarias de ciudad perdida…tengo que haber llegado” –pensé. En efecto, tras la terraza había una gran planada, estaba en la entrada de la gran urbe de los Tayrona.

Para el momento en que alcanzamos el centro de la ciudad, comenzaban a salir primeros rayos del sol. Seránkua nos daba la bienvenida enseñoreándose sobre Teyuna, que hermoso espectáculo que solo aquel que esté ahí puede apreciar.

Al estar en Ciudad Perdida, sentí un aire puro y de tranquilidad, percibí claramente que fue y es un lugar sagrado para las culturas indígenas que habitan en la zona, esa sensación de tranquilidad no la puedo describir con palabras, pero lo único que puedo expresar es que valió la pena la espera y el esfuerzo para llegar a este lugar, sin duda una de las mejores experiencias de mi vida!

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